Una de las tantas motivaciones que me han llevado a retomarlo, surge del borrador de un libro que ha llegado a mis manos para su revisión. Se trata de un anecdotario de una persona que, hoy en día, cuenta con 80 años de edad y, estas realidades son las que me hacen pensar en lo maravillosa que es la vida con todas las imperfecciones que nosotros mismos le hemos impuesto.
Al leer las primeras páginas del proyecto, sólo atiné a pensar que los seres humanos vamos por la vida perdiendo tiempo y energía en sucesos que carecen de importancia y nunca nos detenemos a razonar que justamente, la vida son gotas de felicidad que no hemos aprendido a beber y que cuando ya se han derramado es demasiado tarde para absorberlas.
A medida que iba leyendo, percibía que cada una de sus líneas constituye un homenaje a la esperanza porque desprenden voluntad e ímpetu y, asumo sin temor a equivocarme que existen caminos maravillosos por donde transitar sin caer en la amargura de escenarios sórdidos y alienantes. La misma sociedad en que nos desenvolvemos nos obliga, en muchas casos, a experimentar esas sensaciones con mensajes continuos de vanidad, egoísmo, individualidad, falsos valores y una lucha vulgar por alcanzar la riqueza fácil sin reparar en las consecuencias.
Es este espacio social el que se esfuerza en envejecernos antes de tiempo, nos arrincona e intenta marcar el curso de nuestras vidas, por lo tanto, considero que este libro es un acto de rebeldía ante aquellas personas que piensan que los seres humanos tenemos un tiempo de caducidad para alcanzar nuestros sueños, planes y objetivos.
Las etiquetas sociales nos imponen la edad para ser bella/o, para casarnos, para ser padres o madres, para ser profesionales, para conducir y hasta para ser feliz o permitirnos uno que otro desatino. Son esos mismos formulismos de este época moderna, los que sentencian y subrayan cual debe ser el tiempo de vida útil de las personas.
Muchas veces entro en pánico cuando oigo algún joven de 20 años diciéndole “vieja” a una de 30, o cuando he leído algún anuncio en la prensa solicitando personal que no pase de los 35 años, y eso forma parte de la contaminación social que marca nuestro espacio vital.
Por lo tanto, hoy he aprendido que hay que intentar dejar a un lado algunos retos de la modernidad cuando vienen impregnados de banalidad y hacer el esfuerzo de “VIVIR”, en mayúsculas, por sobre todas las cosas. Reafirmo que a pesar de las circunstancias, nunca es tarde para alcanzar el éxito, que la experiencia son vivencias personales intransferibles, que el amor siempre será la esencia de la vida, aunque otros le coloquen la etiqueta de “cursi”, más sin embargo, son esas mismas personas que sin ese sentimiento no son capaces de concebir la vida, ni siquiera se sienten preparados para manejar asertivamente la soledad y la vejez.
Muy Buena Suerte