domingo, 14 de junio de 2009

"Don Anselmo"



Desde hace muchos años, sin fallar, a la hora del almuerzo día a día en el quicio de mi casa se sienta un pobre viejo.
Los muchachos del barrio lo tratan con cariño y con respeto, y hasta hay algunos que con él comparten su menguada ración de caramelos.
Nadie sabe su nombre ni jamás han tratado de saberlo, pero es tan venerable su figura, tan rebosante de bondad su aspecto y su manera de mirar tan dulce, que todo le llamamos “Don Anselmo”.
Y se sienta en el quicio de mi casa –como ya dije al empezar el cuento- y se pone a contar los centavitos que recogió mostrando su sombrero, o tierno y paternal tiende la mano para hacerle arrumacos a algún perro.
Sin que él toque, en mi casa por intuición sabemos que en el sitio habitual ya está instalado como todos los días, “Don Anselmo”. Sale, entonces, mi madre, y el mendigo le da tres perolitos que al regreso vienen llenos de sopa, de ensalada, de tortilla, de plátano, de huevos y de mil cosas más que, francamente quisiera recordar, pero no puedo.
Llegados a este punto de la historia, me dirán los lectores ¡Que embustero! Ni las casas de ahora tienen quicio ni existe semejante “Don Anselmo”, ni en la casa de usted cocinan tanto, ni todo ese menú se come un viejo y aunque se lo comiera, no cabría en unos perolitos tan pequeños.
Pues, bien, me habéis cogido en la pisada: he mentido, señores y no niego, que cuanto he referido es puro embuste: ¿Pero verdad que es bello, bello, bello?

Don Anselmo, es una poesía de la autoría de Aquiles Nazoa, extraída de su libro “Humor y Amor”.

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